En el vídeo anterior de esta serie, titulado «Salvando a la humanidad, parte 5: ¿Podemos culpar a Dios de nuestro dolor, miseria y sufrimiento?» dije que comenzaríamos nuestro estudio sobre la salvación de la humanidad volviendo al principio y trabajando desde allí. Ese principio era, a mi entender, Génesis 3:15, que es la primera profecía de la Biblia sobre la descendencia o simientes humanas que guerrearían entre sí a lo largo del tiempo hasta que la simiente o descendencia de la mujer finalmente venza a la serpiente y su simiente.

“Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón.” (Genesis 3:15. NVI)

Sin embargo, ahora me doy cuenta de que, si me remontaba hasta Genesis 3:15, no estaba retrocediendo lo suficiente. Para poder entender realmente con mayor claridad todo lo relacionado con la salvación de la humanidad, tendríamos que volver al principio de los tiempos, la creación del universo.

La Biblia declara en Génesis 1:1 que en el principio Dios creó los cielos y la tierra. La pregunta que casi nunca se escucha hacer a nadie es: ¿Por qué?

¿Por qué creó Dios los cielos y la tierra?  Todo lo que usted y yo hacemos, lo hacemos por una razón. Ya sea que hablemos de cosas menores como cepillarnos los dientes y peinarnos, o de grandes decisiones como formar una familia o comprar una casa, todo lo que hacemos, lo hacemos por una razón. Algo nos motiva. Si no podemos entender qué motivó a Dios a crear todas las cosas, incluida la raza humana, es casi seguro que acabaremos sacando conclusiones erróneas cada vez que intentemos explicar las interacciones de Dios con la humanidad. Pero no son solo las motivaciones de Dios las que debemos examinar, sino también las nuestras. Si leemos un relato en la Escritura que nos habla de Dios destruyendo masivamente a la humanidad, como el ángel que mató a 186.000 soldados asirios que invadían la tierra de Israel, o aniquilando a casi todos los humanos en el Diluvio, podríamos juzgarlo como cruel y vengativo.  Pero, ¿estamos apresurándonos a juzgar a Dios sin darle la oportunidad de explicarse? ¿Estamos motivados por un sincero deseo de conocer la verdad, o buscamos justificar un curso de vida que de ninguna manera se basa en la existencia de Dios? Juzgar negativamente a otro puede hacernos sentir mejor con nosotros mismos, pero ¿es eso justo?

Un juez justo escucha todos los hechos antes de emitir un juicio.  Necesitamos entender no sólo lo que sucedió, sino por qué sucedió, y cuando llegamos al «¿por qué?», llegamos al motivo.  Así pues, empecemos por eso.

Los estudiantes de la Biblia pueden decirle que Dios es amor, porque nos lo revela en 1 Juan 4:8, en uno de los últimos libros bíblicos escritos, a finales del primer siglo. Te preguntarás por qué Dios no nos lo dijo en el primer libro bíblico escrito, unos 1600 años antes de que Juan escribiera su carta. ¿Por qué esperar hasta el final para revelar ese importante aspecto de su personalidad?  De hecho, desde la creación de Adán hasta la llegada de Cristo, no parece haber ningún caso registrado en el que Jehová Dios diga a la humanidad que «Él es amor».

Yo tengo una teoría de por qué nuestro Padre celestial esperó hasta el final de los escritos inspirados para revelar este aspecto clave de su naturaleza. En resumen, no estábamos preparados para ello. Incluso hasta el día de hoy, he visto a estudiantes serios de la Biblia cuestionar el amor de Dios, lo que indica que no comprenden completamente lo que es Su amor. Piensan que ser amoroso es equivalente a ser amable. Para ellos, el amor significa no tener que decir nunca que lo sientes, porque si eres amoroso, nunca harás nada que ofenda a nadie. También parece significar, para algunos, que todo vale en nombre de Dios, y que podemos creer lo que queramos porque «amamos» a los demás y ellos nos «aman».

Eso no es Amor.

Hay cuatro palabras en griego que pueden traducirse como «amor» en nuestro idioma y tres de estas cuatro palabras aparecen en la Biblia. Hablamos de enamorarse y hacer el amor y aquí estamos hablando del amor sexual o apasionado.  En griego, esa palabra es erōs de la que obtenemos la palabra «erótico». Evidentemente, esa no es la palabra que se usa de Dios en 1 Juan 4:8. Luego tenemos storgē, que se refiere principalmente al amor familiar, el amor de un Padre por un hijo, o de una hija por su madre. La tercera palabra griega para amor es philia, que se refiere al amor entre amigos. Es una palabra de afecto, y pensamos en ella en términos de individuos específicos que son los objetos especiales de nuestro afecto y atención personal.

Estas tres palabras apenas aparecen en las Escrituras cristianas. Sin embargo, en la literatura griega clásica, estas tres palabras para el amor, erōs, storgē y philia, abundan, aunque ninguna de ellas es lo suficientemente amplia como para abarcar la altura, la anchura y la profundidad del amor cristiano.  Pablo lo expresa así:

“…y para que, arraigados y cimentados en amor, sean ustedes plenamente capaces de comprender, con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda la plenitud de Dios.”  (Efesios 3:17b-19 RVC, Reina Valera Contemporánea)

Verás, un cristiano debe imitar a Jesucristo, que es la imagen perfecta de su Padre, Jehová Dios, como señalan estas Escrituras:

“Cristo es la imagen visible del Dios invisible. Él ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación” (Colosenses 1:15 NTV)

“El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas.” (Hebreos 1:3 NVI)

Dado que Dios es amor, se deduce que Jesús es amor, lo que significa que debemos esforzarnos por ser amor. ¿Cómo logramos eso y qué podemos aprender del proceso sobre la naturaleza del amor de Dios?

Para responder a esa pregunta, necesitamos mirar a la cuarta palabra griega para amor: agapē. Esta palabra es prácticamente inexistente en la literatura griega clásica, pero supera con creces a las otras tres palabras griegas para amor en las Escrituras cristianas, y aparece más de 120 veces como sustantivo y más de 130 veces como verbo.

¿Por qué Jesús utilizó esta palabra griega, ágape, poco utilizada, para expresar la más superlativa de todas las cualidades cristianas?  ¿Por qué es la palabra que Juan utilizó cuando escribió: «Dios es amor» (ho Theos agapē estin)?

La razón puede explicarse mejor examinando las palabras de Jesús registradas en el capítulo 5 de Mateo:

“Ustedes han oído que se dijo: Áma a tu prójimo* y odia a tu enemigo.’Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto.” (Mateo 5:43-48 NVI)

No es natural que sintamos afecto por nuestros enemigos, por las personas que nos odian y que querrían vernos desaparecer de la faz de la tierra. El amor del que habla Jesús aquí no surge del corazón, sino de la mente.  Es un producto de la voluntad.  Esto no quiere decir que no haya emoción detrás de este amor, pero la emoción no lo impulsa. Es un amor controlado, dirigido por una mente entrenada para actuar con conocimiento y sabiduría buscando siempre el beneficio del otro, como dice Pablo:

“No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás.” (Filipenses 2:3-4 NVI)

Podríamos definir a el agapē en una breve frase: «Es el amor que siempre busca el mayor beneficio para el amado». Hemos de amar a nuestros enemigos, no apoyándolos en su equivocado curso de acción, sino esforzándonos por encontrar la manera de apartarlos de ese mal curso. Esto significa que agapē a menudo nos mueve a hacer lo que es bueno para el otro a pesar de que ellos, incluso, vean nuestras acciones como odiosas y traicioneras, aunque con el tiempo el bien ganará.

Por ejemplo, antes de dejar los Testigos de Jehová, hablé con varios de mis amigos cercanos sobre las verdades que había aprendido.  Esto les molestó. Creían que era un traidor a mi fe y a mi Dios Jehová. Expresaron la sensación de que yo estaba tratando de hacerles daño al socavar su fe. Cuando les advertí del peligro que corrían y del hecho de que estaban perdiendo una oportunidad real de alcanzar la salvación que se ofrecía a los Hijos de Dios, su animosidad aumentó. Finalmente, en cumplimiento de las normas del Consejo de Administración, me cortaron obedientemente.  Mis amigos se vieron obligados a evitarme, lo que hicieron en cumplimiento del adoctrinamiento de los TJ, pensando que estaban actuando por amor, aunque Jesús dejó claro que nosotros, como cristianos, debemos amar a cualquiera que percibamos (falsamente o no) como un enemigo. Por supuesto, se les enseñó a pensar que, rehuyendo de mí, podrían traerme de vuelta al redil de los TJ. No pudieron ver que sus acciones realmente equivalen a un chantaje emocional. En cambio, estaban tristemente convencidos de que actuaban por amor.

Esto nos lleva a un punto importante que debemos considerar con respecto a agapē. La palabra en sí no está imbuida de alguna cualidad moral innata. En otras palabras, agapē no es un tipo de amor bueno, ni un tipo de amor malo.  Es simplemente amor. Lo que lo hace bueno o malo es su dirección. Para demostrar lo que quiero decir, considere este verso:

“pues Demas, por amor a este mundo, me ha abandonado y se ha ido a Tesalónica. Crescente se ha ido a Galacia y Tito a Dalmacia.” (2 Timoteo 4:10. NVI)

Esto traduce la forma verbal de agapē, que es agapaó, «amar». Demas dejó a Pablo por una razón.  Su mente le hizo razonar que sólo podía conseguir lo que quería del mundo abandonando a Pablo. Su amor era para sí mismo.  Era entrante, no saliente; para sí mismo, no para los demás, no para Pablo, ni para el Cristo en este caso.  Si nuestro agapē se dirige hacia adentro; si es egoísta, entonces al final resultará en un daño para nosotros mismos, aunque haya un beneficio a corto plazo. Si nuestra agapē es desinteresada, dirigida hacia fuera, hacia los demás, entonces les beneficiará tanto a ellos como a nosotros, porque no actuamos por interés propio, sino que ponemos las necesidades de los demás en primer lugar.  Por eso Jesús nos dijo: » Por tanto sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto.». (Mateo 5:48 NVI)

En griego, la palabra para «perfecto» aquí es teleios, que no significa sin pecado, sino completo. Para alcanzar la plenitud del carácter cristiano, debemos amar tanto a nuestros amigos como a nuestros enemigos, tal como nos enseñó Jesús en Mateo 5:43-48. Debemos buscar lo que es bueno para todos, no sólo para algunos, no sólo para los que pueden devolver el favor, por así decirlo.

Al continuar este estudio de nuestra serie «Salvando a la humanidad», examinaremos algunos de los tratos de Jehová Dios con los seres humanos que pueden parecer cualquier cosa menos amorosos.  Por ejemplo, ¿cómo podría ser una acción amorosa la ardiente destrucción de Sodoma y Gomorra? ¿Cómo podría considerarse que convertir a la esposa de Lot en una estatua de sal es un acto de amor? Si realmente buscamos la verdad y no sólo buscamos una excusa para descartar la Biblia como un mito, entonces tenemos que entender lo que significa decir que Dios es agapē, amor.

Intentaremos hacerlo a medida que avanza esta serie de vídeos, pero podemos dar un buen comienzo mirando hacia nosotros mismos. La Biblia enseña que los seres humanos fueron hechos originalmente a imagen de Dios, al igual que Jesús fue.

Como Dios es amor, tenemos la capacidad innata de amar como él. Pablo lo comentó en Romanos 2:14 y 15 cuando dijo,

“De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan.” (Rom 2:14 -15 NVI)

Si pudiéramos comprender plenamente cómo se produce el amor agapē de forma innata (en nosotros mismos por estar hechos a imagen y semejanza de Dios) eso ayudaría mucho a comprender a Jehová Dios. ¿No es así?

Para empezar, tenemos que darnos cuenta de que, aunque tenemos una capacidad innata para el amor piadoso como seres humanos, no nos llega automáticamente porque nacemos como hijos de Adán y hemos heredado la genética del amor egoísta. De hecho, hasta que nos convertimos en hijos de Dios, somos hijos de Adán y, como tales, nuestra preocupación es por nosotros mismos. Yo… yo… yo, es el estribillo del niño pequeño y, de hecho, a menudo del adulto. Para desarrollar la perfección o plenitud del agapē, necesitamos algo fuera de nosotros mismos.  No podemos hacerlo solos.  Somos como un recipiente capaz de contener alguna sustancia, pero es la sustancia que contenemos la que determinará si somos recipientes honorables, o deshonrosos.

Pablo muestra esto en 2 Corintios 4:7:

Ahora tenemos esta luz que brilla en nuestro corazón, pero nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro que contienen este gran tesoro. Esto deja bien claro que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos. (2 Corintios 4:7 NTV)

Lo que estoy diciendo es que para que seamos verdaderamente perfectos en el amor como nuestro Padre celestial es perfecto en el amor, los simples humanos necesitamos el espíritu de Dios. Pablo les dijo a los gálatas:

“Pero la clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio. ¡No existen leyes contra esas cosas!” (Gálatas 5:22-23 NTV)

Solía pensar que estas nueve cualidades eran los frutos del espíritu santo, pero Pablo habla del fruto (singular) del espíritu.  La Biblia dice que Dios es amor, pero no dice que Dios es alegría o Dios es paz. Basándose en el contexto, la traducción de la Biblia de la Pasión interpreta estos versículos de esta manera:

Pero el fruto producido por el Espíritu Santo en vosotros es el amor divino en todas sus variadas expresiones:

alegría que desborda,

la paz que subyuga,

la paciencia que perdura,

la bondad en la acción,

una vida llena de virtudes,

la fe que prevalece,

la mansedumbre de corazón, y

fuerza de espíritu.

No pongas nunca la ley por encima de estas cualidades, pues están destinadas a ser ilimitadas,

La naturaleza infinita de Jehová Dios significa que su amor en todas estas facetas o expresiones también es infinito.  Al comenzar a examinar su trato con los seres humanos y los ángeles por igual, aprenderemos cómo su amor explica todas las partes de la Biblia que nos parecen tan incongruentes a primera vista, y al hacerlo, aprenderemos a cultivar mejor nuestro propio fruto del espíritu. Entender el amor de Dios y cómo siempre trabaja para el beneficio último (esa es la palabra clave, último) de cada individuo dispuesto nos ayudará a comprender cada pasaje difícil de las Escrituras que examinaremos en los próximos videos de esta serie.

Gracias por su tiempo y por seguir apoyando este trabajo.